jueves, 4 de junio de 2009
La termocupla
Sin dudas la tecnología ha mejorado nuestro estándar de vida y, cosa que tampoco debemos pasar por alto, nuestra seguridad. Prueba de esto es el sistema de tener apretada la perilla del horno. El precio que pagamos por nuestra seguridad es bajo, sólo unos segundos extra al prender el horno, el calefón o alguna estufa. ¿Cuántos segundos? Eso es difícil de decir, incluso para los fabricantes de estos artefactos. Mi calefón dice que durante aproximadamente un minuto. Pero un minuto de tener apretado un botón puede resultar tedioso, o difícil de estimar con precisión. Estamos impacientes por continuar con nuestras emocionantes vidas, y tomamos la decisión de soltar el botón. Obviamente el fuego se apaga. La sensación que acompaña este momento no es agradable. Nos vemos obligados a comenzar de cero. Esta vez decididos a no mezquinarle. Quien ha pasado por estos momentos sabrá que puede resultar muy doloroso para el pulgar o índice que sostiene la caprichosa perilla. Pero controlamos nuestro dolor y conquistamos nuestra ansiedad, para presionar el botón por un exagerado lapso de tiempo. Soltamos y el fuego se apaga. La sensación que acompaña este momento es de furia apenas contenida. Nuestra fe en el sistema se tambalea, pero sabemos que la alternativa a un tercer intento es terrible. Llamar a un especialista. Aquí es donde el espíritu que llevó a la humanidad a superar grandes obstáculos en su historia nos juega claramente en contra. Vamos a por el tercer intento. Esta vez con la palma de la mano, que es más resistente y menos sensible. Esta vez por un tiempo que no deje dudas. Pasado un largo rato la tentación se hace imposible de resistir. Renovamos el esfuerzo, con la decisión que heredamos de los pioneros de nuestra raza, y presionamos con mayor firmeza. Pero el momento de soltar se acerca y una absurda esperanza nos embarga. Hay un último momento de tensión. El final es abrupto, el botón regresa a su lugar. El fuego se apaga. Hemos sido derrotados. Llamamos al especialista. Concertamos una cita, a la cual el especialista no acude. La sensación que acompaña este momento es de bronca, tristeza y resignación. Una nueva cita. Esta vez el especialista llega, pero tarde. Inspecciona el calefón. En cuestión de segundos nos mira sonriendo y nos dice "Se, es la termocupla".
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