Escrito en 1997, cuando era joven, emprendedor, ecologista, soñador, revolucionario. No. Pero es cierto que era joven.
Del mate salía vapor, y ésto lo distraía. Se cebó otro y mientras sorbía el agua lentamente, como si quisiera paladear gota por gota, se sintió contento, satisfecho. - Al menos sé cebar buenos mates, no? - se dijo sonriendo mientras buscaba en los bolsillos del abrigo el encendedor. Prendió un cigarrillo negro (para ocasiones especiales) y se recostó sobre el tronco del viejo árbol, no sin antes cebarse otro mate. - Salieron ricos en serio - volvió a admirarse.
El día estaba realmente espléndido: agradablemente fresco, unas pocas nubes como para adornar el cielo y el viento soplaba de a ratos, jugando entre los arboles y arbustos. La montaña, imponente. - Bueno, uno más y arriba. - Y efectivamente, después de ese mate se puso en pie, guardó en silencio las cosas y calzando la matera al hombro comenzó a caminar. - Qué locura tienen las mujeres, qué locura... - susurró, como inhibiéndose de que alguien lo escuchara a pesar de la evidente soledad del lugar.
Unas horas más tarde se hallaba ya en pleno ascenso. El paso era un poco más lento, y hacía un rato que lo acompañaba un halcón sobrevolándolo entre sorprendido y curioso.
- ¡Estás loca! ¡Loca como una cabra loca!
- Como vos quieras. Yo lo único que te digo es eso: vos subís hasta la cima de la montaña y yo te doy un beso.
- Ah, sí? ¿Y cómo vas a saber si en verdad subí o te estoy mintiendo?
- Los hombres, Uriel... los hombres no mienten.
Mientras caminaba, la conversación volvía a su mente una y otra vez. No podía dejar de recordar la forma en que lo había mirado al pronunciar la palabra “hombres” por segunda vez. Alzó la vista y calculó que le faltarían dos o tres horas más. - Un pucho y sigo - prometió sentándose agitado.
De pronto vio al halcón a sólo unos metros suyo.
- ¿Me querés decir qué carajo hago acá? ¿Por qué no le dije directamente que había subido y listo? Total, ¿cómo se iba a enterar?
El halcón lo observaba.
- Está bien, está bien: no me respondas. Igual que la Negra, en el mejor de los casos ladra; pero lo que es contestarme, jamás. Bichos callados ustedes los animales. - sentenció al tiempo que creía ver una mueca de sonrisa en el halcón.
Horas después el camino se hacía más difícil, la pendiente era mucho más empinada y había que elegir con gran cuidado de que piedras agarrarse. Sin embargo, de a poco se iba acercando. - Eso, eso: todo hombre que se precie debe aprender a cebar buenos mates y a hacer bien el amor. Si no, está frito. - Tosiendo, alcanzo a terminar: - Linda frase para la contratapa de un diario -, y rió una vez más. Cuando pudo recomponerse del ataque de tos, volvió a mirar hacia arriba: ya casi llegaba, era cuestión de tiempo.
Un rato más tarde, increíblemente extenuado e increíblemente feliz se encontraba fumando un cigarrillo sentado sobre una enorme roca en la cima de la montaña.
Y de repente, ocurrió. Sintió dos manos desde atrás, cubriéndole los ojos. No alcanzó ni a sorprenderse. Escuchó un pequeño paso, y aún con los ojos tapados, reconoció al instante esos labios cuando se juntaron con los suyos.
martes, 16 de junio de 2009
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