El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Silla de caño, mesa de fórmica, servilletero de lata. "Mozo, un menú y una soda". Me traen un vaso, el sifón de medio y la promesa de comida en cinco minutos. Apunto con el pico al interior del vaso y... SWSHHHH el chorro sale con más fuerza de la prevista. El enchastre que sigue lo conocemos bien. Pero la cosa no termina ahí. Una vez apiladas unas cuantas servilletas de papel sobre los rastros del incidente, vuelvo a la carga. Precavido, presiono la palanca con gran delicadeza, produciendo un fino hilo de soda que despacito va llenando el vaso. Es entonces cuando levanto la vista de la operación en curso para recoger una mirada de aprobación de los observadores circunstanciales. Con la plena atención de mi audiencia, cobro coraje y decido apurar el trámite. Aplico un poco más de presión, y me encuentro con cierta resistencia en la palanca. No voy a perder esta pulseada con el sifón, aprieto con mayor decisión y SWSHHHH vuelvo a empapar todo.
Esta clásica escena pertenece a la amplia colección de situaciones de las cuales el ser humano no recoge ninguna enseñanza. Como muestra de lo que digo, volvamos al mismo bar, pero esta vez con otro sifón. Al haber evolucionado desde mi última experiencia, comienzo con tanta cautela que apenas si consigo unas gotas. De a poco voy aumentando la presión. Con la palanca apretada a fondo observo que el resultado es un lánguido chorrito, que ahí nomás se interrumpe. El diagnóstico es claro. Falta de presión. ¿Qué debo hacer? Sin duda, sacudir enérgicamente el sifón. En la ignorancia plena del fenómeno físico subyacente, pero con el aval de años de experiencia autodidacta, estimo que ya es suficiente. Apoyo el sifón sobre la mesa, aprieto a fondo y SWSHHHH... ¡soda para todos!
domingo, 6 de septiembre de 2009
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